"Una vida no se escribe, se vive". La sentencia es de Antonio Tabucchi y, en relación con dos de mis mayores pasiones: la vida y el arte, supone también uno de mis mayores conflictos. Es muy difícil, casi imposible, mantenerse en ambos mundos simultáneamente, y un arte, en si mismo, pasar de uno a otro sin conflicto.
Quizá la solución más perfecta la encontró Marcel Duchamp: convertir su vida en obra de arte. Una solución económica pero compleja, como todo lo que hacia.
Con esta solución no solo negó el enunciado de Tabucchi, también fue el primero en plantear la indivisibilidad de arte y vida. En su biografía hay varios ejemplos concretos que nos pueden acercar a esta forma de entender vida-arte como dos partes de un todo. Uno de mis preferidos es la puerta única que permitía abrir o cerrar dos espacios distintos. No fue concebida como una obra de arte, si no como una solución cotidiana: en su estudio se encontraban dos puertas, tan cercanas la una de la otra que se molestaban entre sí, Duchamp elimino uno de las dos y con los ajustes necesarios una sola puerta pasó a ser suficiente.
Fotografía de la puerta del estudio de Marcel Duchamp en el 11 de la Rue Larrey, París
Una paradoja hecha puerta
La Vanguardia, domingo 25 de abril del 2012
Todas las columnas en Una paradoja dominical