Con la única distorsión que mi perspectiva
Concepto ampliado de la infografía
PRIMERA PARTE
Si analizo mi
trabajo desde el inicio, desde mi etapa más claramente periodística –incluso
antes- hasta la actualidad, puedo establecer, pese a las evidentes diferencias
formales y conceptuales, un lógico hilo conductor que me ha traído hasta donde
hoy me encuentro trabajando:
El año 1982 salió al mercado el diario USA Today. El primero y hasta hoy único
diario de difusión nacional en EE.UU. Señalaba nuevas direcciones para el
periodismo en papel: ‘full’ color, fotografías más grandes, textos más cortos,
cuerpos tipográficos de mayor tamaño y el uso habitual de gráficos estadísticos
ilustrados; una forma que podríamos considerar hoy como ‘protoinfográfica’. Dos
años después, Apple lanzó su primer ordenador Macintosh: una herramienta que
facilitaba el trabajo vinculado al diseño y permitía una producción veloz,
acorde a las necesidades de un medio de circulación diaria. El fenómeno
tecnológico permitió que el fenómeno cultural, marcado por USA Today, se expandiese.
En aquella época, todos los diarios de España estaban
construyendo sus departamentos de infografía. Fue un fenómeno que no se produjo
en otros países hasta muchos años después y que nos puede ayudar a comprender
por qué existe hoy una poderosa escuela de infografía española que trabaja y
dirige los departamentos de algunos de los más importantes medios del mundo.
España en los años ochenta se encontraba inmersa en un
proceso de transición política, de una dictadura a un régimen democrático, que
obligaba a todos los actores sociales a una profunda transformación. El
periodismo era un actor fundamental para liderar el cambio, pero antes debía
cambiarse a sí mismo. No era posible construir un régimen democrático explicado
desde medios de comunicación fascistas o sencillamente con reminiscencias de
una concepción socio-pol
ítica que
quería dejarse urgentemente atrás. Por esta causa, los medios españoles
actuales nacieron a fines de los setenta y principios de los ochenta (El País, El Mundo, El Periódico de
Catalunya) o se sometieron a un cambio de tal envergadura que de hecho
devinieron en otros, en unos nuevos (ABC,
La Vanguardia). En lógica, incorporaron
la tecnología y los conceptos contemporáneos de los años en que nacieron y en
aquellos años la infografía destacaba como una herramienta de comunicación
nueva y prometedora.
En ese contexto y procedente de la ilustración, llegué a
la infografía periodística.
En los diarios no existía una idea clara de lo que
debíamos hacer. Nadie la tenía; ni los que seríamos infografistas –en aquel
momento no se puede decir que lo fuésemos- ni los redactores ni la dirección de
los medios. Estábamos experimentando, buscando la manera. Nos copiábamos unos a
otros. El método era ensayo error.
Precedentes que ahora parecen obvios, como el ‘Mapa del cólera’ de John Snow, los gráficos estadísticos de William Playfair o las representaciones visuales de Charles Joseph Minard o Florence Nightingale nos eran desconocidos a la mayoría de los
profesionales, que desde distintos ámbitos, llegamos a la infografía en
aquellos años. Smow, Playfair o Minard, entre muchos otros, eran célebres en
sus respectivos campos de trabajo, pero no como comunicadores. Desde la
infografía se les otorgó, también, valor como visualizadores de datos, toda vez
que alumbraban el camino que debíamos tomar en un medio de comunicación.
Infografía es un término alrededor del cual se
aglutinaron diversas formas de comunicar, procedentes de distintas profesiones:
medicina (John Snow), ingeniería (Playfair y Minard), economia (Minard),
incluso enfermería (Nightingale). Profesionales de muy diversas áreas
entendieron que las tesis de investigación en sus respectivos campos se
comprenderían mejor de forma visual y desarrollaron formatos con ese fin. Pero
no eran especialistas en comunicación. Los actuales infografistas recogimos su
legado, lo ampliamos, combinamos y actualizamos, hasta dotar el resultado de
unos parámetros, de un código ético, que transformó el significado del vocablo
inglés original “infographic”, acrónimo de “grafismo realizado por ordenador”,
por el actual de “información gráfica”. Habíamos construido algo nuevo: la
infografía moderna.
Debido en
parte al escaso número de profesionales cualificados, mi carrera dentro del
periodismo fue veloz: en cuatro años pasé de redactor a Director de Infografía
en El Periódico de Catalunya. Y con
la misma velocidad, sometido a los parámetros que nos habíamos autoimpuesto:
del entusiasmo de crear una profesión a un profundo aburrimiento.
Tengo en gran
valor el aburrimiento. El aburrimiento se me produce frente a la ausencia de
estímulos emitidos por algo desconocido: algo que aprender. Grandes cosas se
han logrado gracias a la necesidad de llenar el hastío.
La oportunidad
llegó desde la otra punta del planeta: Argentina. El diario Clarín, con su más de un millón
doscientos mil ejemplares vendidos diarios, tenía la mayor circulación en habla
hispana del mundo. Se encontraba sumergido en un profundo proceso de
reingeniería y rediseño que era seguido con enorme interés por los medios de
referencia de habla hispana y Brasil. Se me ofrecía la oportunidad de construir
desde cero un departamento de infografía periodística en una cultura donde no
existían precedentes.
Los inicios en
Clarín resultaron una dura prueba: la
absoluta ausencia de interlocutores hacía que la solitud profesional fuera
total. Pero esa misma circunstancia resultó ser una excelente oportunidad:
repensar los parámetros que habíamos establecido recientemente para la
profesión y por los que, de algún modo, me sentía constreñido.
Es cierto que
no habían infografistas en Argentina, pero no es menos cierto que el país tenía
una tradición en diseño similar a la española y más rica en periodismo e
ilustración. Me encontraba en la pampa: una tierra fértil, con dos cosechas
anuales y sin ninguna delimitación a la vista. Si el problema era estar frente
a un vértigo horizontal -como lo definiera Borges- sin coordenadas, sin
señalética, sin los límites imprescindibles para poder construir, bien podía
ser yo quien los marcase.
La
construcción de parámetros autoimpuestos, que delimiten un campo de acción en
el que poder trabajar con libertad: algo que se me hace imprescindible en
cualquier actividad, llamémosle artística, se inicia en aquella época lejana.
Del mismo modo que burlar el aburrimiento como primer paso hacia la
construcción de algo personal. No es posible escapar del aburrimiento, hay que
llenarlo. En mi caso, aprender llena el hastío, pero ¿de quién? En Clarín comprendí que, llegados a cierto
punto, aprender significa innovar.
Transité la
deconstrucción de los parámetros de la infografía moderna en poco más de un
año. Profundizando en los criterios consensuados de claridad, síntesis y rigor
informativo, establecí un amplio y rígido Manual de Estilo para la producción
de gráficas cotidianas. La construcción del Manual era en sí mismo un hecho
innovador: los medios de la época –también hoy- carecían de un libro de estilo.
Tener en mis manos, negro sobre blanco, los conceptos en los que se sostenía la
infografía moderna, me permitía romperlos. De las numerosas rupturas surgieron
diversas conclusiones. La que tuvo más impacto dentro de la profesión, se conoció
como ‘estilo Clarín’; algo que yo prefiero denominar ‘la estética como ética’.
Siendo la
infografía esencialmente comunicación visual, se me hacía un desperdicio
presentar todas las imágenes contenidas en una infografía, figurativas o
abstractas, en el mismo estilo, indistintamente del tema que tratasen. Todos
los medios entonces —y ahora—, presentaban sus infografías mediante dibujos con
vectores. Una estética aséptica, de colores fríos, culturalmente ‘científica’.
Según mi reflexión, eso suponía desperdiciar la estética, ya que no comunicaba
más que en un sentido: ‘si tiene esta estética es cierto’ (algo que, por otra
parte, no es cierto).
Nuestra forma
de comunicación más concreta es la palabra. Pensamos en palabra; más aún:
palabra escrita. Sin embargo, la imagen es la comunicación más veloz. Por
tanto, cuando un lector abre un periódico o mira una página web, lo primero que
ve son las imágenes: fotos, ilustraciones, publicidad e infografías. El ojo del
lector divaga por la página o pantalla y se detiene en la infografía ¿Por qué?
Porque al contener palabras, información precisa, exige de su cooperación.
Disponíamos del punto de impacto visual
del lector, del principal inductor a la lectura y no le sacábamos
partido mandándole información visual sobre el tema tratado.
La propuesta
de Clarín consistió en buscar la
estética apropiada a cada tema sin renunciar a los principios fundamentales de
la infografía moderna.
Con mayor o
peor fortuna, bajo lo que hoy parece un concepto sencillo, en Clarín produjimos una multitud de
trabajos que revolucionaron la forma de hacer infografía y que todavía hoy se
republican. Trabajos como ‘Houdini’, ‘Lo hicieron de
goma’, ‘La Barcelona de
Antoni Gaudí’, ‘El fileteado argentino’ o ‘Un mundo de
sensaciones’, cada uno con su singularidad gráfica acorde al
tema. Casi siempre hechos de forma manual por exigencias de la estética, siendo
la presencia del ordenador imperceptible al reducirlo a su faceta más práctica:
la edición.
El concepto
era sencillo pero arriesgado: si intercambiamos la estética de cualquiera de
estas infografías por otra, el resultado es un desastre comunicativo.
La apuesta,
muy bien acogida por nuestros lectores, fue un claro caso de éxito que despertó
el interés de profesionales de todo el mundo.
Sin embargo, el
primer ejemplo de este concepto que eclosionó en Clarín, lo había realizado años antes, durante los JJ.OO. de
Barcelona 1992, para El Periódico de
Catalunya. Se trata de una infografía
histórica sobre los juegos en la antigua Grecia. En gran medida, había entrado a trabajar en el
diario para poder disponer de unos ordenadores que entonces eran impensables
para un particular, pero poco tiempo después me parecía que se hacia de ellos
un uso inadecuado, por excesivo. Por este motivo, realicé los dibujos de Olimpia de forma manual en la técnica
del ‘scratchboard’, con colores que dotaban al infográfico de un aire de
ornamentación griega. El trabajo recibió diversas distinciones, incluyendo un
Oro Malofiej. Peter Sullivan, uno de los padres de la infografía moderna,
advirtió del uso estético con fines informativos que el gráfico contenía, tal
como recoge en el libro Information
Graphics in Color editado por IFRA. Sin embargo, aunque pueda parecer
sorprendente, no me di cuenta de que estaba abriéndome un camino propio.
Desde la
perspectiva que ofrece el paso del tiempo, aprecio aquí otra clave que ha
trazado el sendero hasta hoy: la humanización (emocionalización sería más exacto) de un modo de narrar que
cultural e históricamente se ha mantenido vinculado a la ciencia y su
divulgación, es decir a la búsqueda de la panacea de la objetividad. La
presencia del sujeto, tanto la del comunicador como la del receptor, se magnificaba
en los trabajos del Clarín de
aquellos años. La subjetividad de ambos se introducía en la narración de hechos
objetivables.
Tras llevar la
estética al terreno de la ética –o viceversa- y expandir el criterio a todas
las páginas del diario con trabajos hechos por las personas que formaban el
equipo de Clarín que no dejaba de
crecer, me formulé otra pregunta sin necesidad de pasar por el aburrimiento: la
posibilidad de crear infografías de autor sin renunciar a los criterios éticos
de la profesión. Incluso manteniendo el concepto estético recientemente
incorporado.
Podía
reconocer al autor de algunos textos sin necesidad de leer su firma; lo mismo
me sucedía con algunos colegas fotoperiodistas ¿Era la infografía un caso
aparte? La respuesta a esta pregunta se encuentra en un pequeño grupo de
trabajos realizados personalmente, desde la elección del tema hasta la puesta
en página: ‘La ballena franca’ (reconocido, curiosamente, desde mi punto de vista,
por la Society for News Design, como el más influyente del periodo 1992/2012-) ‘El mapa del
genocidio de Ruanda’, ‘Oro Verde’, ‘Antes de
convertirse en humo’ y ‘Radiografía de un
cigarrillo’, ‘El huracán que vino
de Ásia’, ‘Viagra, la píldora
de fin de siglo’, ‘Hello Dolly’, ‘Eureka’
y poco más (a excepción de los coleccionables ‘Historia de la Argentina’ y ‘Mi país Uruguay’ realizados en
equipo).
Había dotado a
las infografías de un estilo gráfico propio. Cómo fuera ese estilo me parecía
irrelevante, lo importante era qué se podía hacer. La subjetividad en mi
propuesta infográfica se convertía en pieza principal, sin salir de la
infografía ¿Por qué el gráfico de la ballena está hecho en colores ocre? Porque
tenía en mente los viejos carteles escolares de mi infancia más que el mar ¿Por
qué la ilustración central está construida mediante pequeñas imágenes
alegóricas al mar? Por un placer gráfico personal (probablemente un lector que
descubra el juego lo valore, pero no es informativamente relevante) ¿Por qué ‘Oro verde’ está coloreado con el propio
té de yerba mate sobre papel hecho, expresamente, con la misma yerba? Incide en
la información, sin duda, pero el motivo hay que buscarlo en el deseo.
El sencillo
gráfico ‘Salarios que no
alcanzan’, , conocido en la profesión como ‘el gráfico del pan’,
pareciera formar parte de este pequeño grupo, sin embargo, es un caso aislado
con el que materialicé, sin darme cuenta, la opinión en un gráfico informativo.
Un ‘accidente’ inspirado en los trabajos de Nigel Holmes, que me resultó muy
útil posteriormente.
Pero la
revisión de los parámetros infográficos que trazamos desde Clarín no se acotó a la estética. Ampliamos las temáticas tratadas
mediante la infografía más allá de lo que era habitual.
Mi argumento
para la elección de un tema frente a otro, era, de nuevo, el sujeto ¿Cuál? yo
mismo: si a mí, que era un lector, me parecía interesante, ¿por qué no a otros
lectores? A fin de cuentas, soy el lector que mejor conozco. Temáticas
populares, próximas, cotidianas. En las que, de algún modo, nuestros lectores
pudieran verse reflejados. He aquí otro rasgo –solo un rasgo- común con mi
forma de proceder actual. Si antes el tema era el consumo de yerba mate, ahora es el café que consume un individuo concreto; si antes
era todo lo que se puede saber sobre nuestra sexualidad según el modo en que escribimos,
ahora es la vida sexual de una pareja en concreto.
Pintado al
óleo sobre chapa de metal e ilustrado con una composición de objetos de
desecho, ‘Eureka’, profundamente radical en
fondo y forma, fue el último de ese pequeño grupo de trabajos. A pesar de
contar con fuentes fiables y contrastadas, temáticamente se encontraba fuera de
toda agenda periodística y su contenido humorístico bien podría parecer
inventado. De hecho era inventado por los autores de los inventos que describe.
Me llevó a un límite que no sabía como traspasar. Estaba a paso y medio del
trabajo que años después desarrollé como columnista de opinión en ‘La
Vanguardia’, pero no supe encontrar el sendero por donde
cruzar el arroyo sin dinamitar el puente tras mi paso. Nuevamente: conseguido
un objetivo, la repetición y el aburrimiento. Lo cual abre otra posibilidad.
Sin saber cómo
avanzar, abandoné Clarín y durante
unos años me dediqué plenamente a la consultoría, algo que no llenaba mi afán
de aprender y que, por tanto, da una idea de lo que lamento repetirme.
Obviamente, si
un medio me contrataba como consultor de infografía era por que su conocimiento
era escaso. Así que debido a la confusión que todavía reinaba en muchos medios
europeos, que estaban recorriendo el camino que años antes recorrimos en
España, me veía obligado a repetir hasta la saciedad: “la infografía es
periodismo, no es arte”. Hasta que un día terminé la frase que sentía
incompleta: “La infografía no es arte… pero el arte puede ser infografía”. Se
trata de un retruco de estilo duchampiano –a fin de cuentas, fue Duchamp quien
abrió la posibilidad a que ‘cualquier cosa’ fuera arte- que, de hecho,
establece que la infografía puede ser, también, arte. Pero no en un medio de
comunicación (o al menos eso creía entonces).
La infografía,
en tanto que herramienta de comunicación, no es arte; de hecho, en sí misma no
es nada. La infografía es ‘solo’ la herramienta. Con ella se pueden narrar
hechos o verdades, realidad o ficción. Existe un mal entendido cultural e
histórico que ha vinculado la infografía como herramienta al servicio de lo
objetivable, pero en ninguna parte está escrito que esa sea su única
posibilidad. Decir tal cosa, equivaldría a decir que con la palabra solo se
puede escribir ensayos o poemas. Lo realmente importante es el adjetivo que
necesariamente debe acompañar a la palabra infografía: periodística,
científica, estadística, al servicio del marketing o, aunque poco habitual, de
las prácticas artísticas.
La infografía
como herramienta de reflexión abstracta no es nada nuevo: de Copérnico a
Einstein, los científicos la han usado para concretar complejísimas reflexiones
(no en la línea cuantificable de Snow, Playfair y compañía). Reflexiones con vocación
de verdad empírica, pero que en tanto no se demostraba quedaba en teoría. Una
forma de opinión gráfica. Por supuesto, muchas de estas teorías quedaron sin
demostrarse o resultaron equivocadas ¿Frente a qué tipo de infografía nos
hallamos entonces? Probablemente el caso más significativo de este caso sea el ‘Manuscrito de Voynich’.
Pero existe un
precedente del uso de la infografía con fines conscientemente al servicio de la
construcción de una pieza de arte. El caso, además de por su singularidad, es
importante por la importancia de la obra y de su autor: ‘La mariée mise à un
par ses célibataires, même’ que
Marcel Duchamp (nuevamente Duchamp, siempre Duchamp) inició en 1915 y dejó
“definitivamente inacabado” en 1923. La principal obra del artista más
influyente de siglo pasado cumple todos los requisitos contemporáneos para ser
considerada una infografía:
-
Es
esencialmente visual.
-
No
tiene voluntad estética. Construida con hilo de cobre y coloreada con barniz y
polvo, el trazo busca, según el propio Duchamp, la estética del manual de
instrucciones. Otro modo de ‘protoinfografía’ contemporánea al artista. La
imagen huye de ‘el gusto’, un concepto que el artista detestaba.
-
Todos
los elementos incluidos responden a la finalidad de explicar algo. En El gran cristal, como también es
conocida popularmente la obra, no hay ninguna imagen cuyo fin consista en
decorar. En ‘La caja verde’,
receptáculo del cual Duchamp editó una serie limitada de 320 ejemplares, se
encuentran todas las explicaciones detalladas de cada imagen trazada sobre el
cristal.
-
Aunque
esencialmente visual, la obra fue concebida para ser acompañada por unos textos
“disasociados” –según Duchamp- es decir complementarios a lo visual. Unos
textos que llegarían donde la imagen no podía y viceversa. Aunque la obra quedó
inacabada, los textos que debían acompañar la imagen se encuentran en ‘La caja verde’.
La diferencia
de concepto es evidente entre El gran
cristal y las infografías ilustradas que un siglo después haríamos en
prensa: la primera nos explica el funcionamiento de una “maquina hilarante”,
fruto de la imaginación del autor y, por tanto, nace y se desarrolla buceando
en la más radical subjetividad. Las que publican los medios buscan la narración
objetivable. La herramienta de comunicación es la misma: la infografía. Lo que
cambia es el adjetivo que la acompaña, el contenido y su finalidad. La
infografía con fines artísticos es subjetiva y la periodística objetiva –si tal
cosa existiera.
Comprendo a
quienes dicen que los trabajos que hice para Clarín son “simplemente arte” (Nigel Holmes, Malofiej 20, 2013. Explanation Graphics,
New York). Sé que
pretende ser un halago, pero en cierta época no me caía demasiado bien. A decir
verdad: me sentaba fatal. En primer lugar por que esa no era mi intención: eran
trabajos concebidos como periodismo. Si habían resultado arte –algo que en mi
concepción era antítesis de comunicación objetiva- había fracasado. En segundo
lugar, porque, de querer hacer arte, esperaba ser capaz de algo más
inteligente.
Aún y sin
concretarse en nada tangible (siempre deseé ser artista sin obra, algo para lo
evidentemente no estoy capacitado), por primera vez sabía que me estaba acercando
a las prácticas artísticas mediante el uso de la infografía. La posibilidad me
pareció un descubrimiento excelente: disponía de suficientes límites para poder
trabajar libremente y pocos antecedentes como para poder construir una
singularidad, algo importante para mí y, además, ¡ya dominaba la técnica!
Se podía hacer
arte con infografía, ¿pero, ¿cómo y sobre qué? Las temáticas fantasiosas
concretadas como algo real, caso de El
gran cristal, me parecían ridículas, una mascarada. Me recordaban el chistoso
Eureka que había realizado años atrás,
siendo la información contenida, además de absurda, inventada. Doblemente
absurda.
Seguía sin
considerar ético introducir conscientemente lo que yo entiendo como arte en los
medios (que hayan terminado siendo consideradas arte las imágenes de fotógrafos
como Cappa, Weegee o Henri Cartier-Bresson, entre otros, no las hacia menos
periodística en el momento de apretar el obturador).
Aunque me
encontraba desdibujando, todavía más, la línea entre arte y periodismo, no la
había desbordado. Podía seguir transitándola si encontraba el modo adecuado. El
modo resultó ‘la opinión’: único género periodístico donde el autor puede
libremente elegir el tema, incluso crearlo, jugando con la ficción, y
manifestar su punto de vista sin limitaciones previamente impuestas.
Debo decir que
me resultó sorprendentemente fácil conseguir un espacio privilegiado en La Vanguardia. La dirección apostó
decididamente por la propuesta, publicando mi columna el domingo, día de mayor
difusión. A pedido mío, la columna tendría el mismo aspecto que cualquier otra
columna de opinión en las que se utilizaba únicamente la palabra. No quería
ninguna ‘advertencia al lector’ que le preparase para una mirada diferente, por
lo que se publicaría en la sección de ‘Sociedad’ en lugar de una más previsible
‘Cultura’. Por supuesto el desconcierto todavía dura a día de hoy, cuando hace
ya más de dos años que dejé de publicarla, toda vez que encontré lo que quería.
Se trataba de
un proceso de búsqueda que resultó sumamente difícil para mí, pues los límites
pueden no ser demasiado importantes para otros colegas o para nuestros
lectores, pero, como ya he dicho, si lo son para mí: ¿estaba haciendo
periodismo o arte o ninguna de las dos cosas o ambas a la vez?
Utilizaba la
columna como una suerte de cuaderno de bocetos donde experimentaba con total
libertad formal y temática: semanalmente me sentía en el abismo. Tampoco fue
comprendida por todo el mundo —como no podía ser de otro modo— y crítica y
halagos se repartían a partes iguales. Pero, como una vez me preguntaron, el
balance no podía ser negativo: aunque yo me estuviera equivocando, el error serviría
para la profesión (¿cuál?).
Tras 107
columnas publicadas durante siete años establecí tres modelos esenciales:
a) La infografía ilustrada o diagramática,
que desarrolla una idea invitando a la reflexión. Un juego de alguna manera
similar a los diagramas de teorías científicas ‘perdidas’ a las que antes me
refería. Algunos significativos serían ‘Excentricos’
o ‘Maldita
personalidad’.
b) Las infografías que desarrollan un tema
candente de la agenda periodística con información verificada y que mediante la
forma en que es presentada manifiesta una opinión. Podía ser mediante
infografía ilustrada (científica) o mediante la representación de datos (colectivos).
Los casos más logrados a mi entender son ‘Pinta y colorea’,
como infografía ilustrada y ‘La ciudad de los
turistas’ en cuanto a visualización de datos.
Este grupo minoritario era
el que menos interés me despertó, afortunadamente, ya que resulta el más
difícil, debido al equilibrio necesario entre rigor informativo (objetividad) y
opinión (subjetividad).
Sin embargo, se trataba del
modelo que había dado origen a la columna y sobre el que ya había reflexionado
anteriormente al cruzarme con él de forma inesperada en ‘Salarios que no alcanzan’ (‘el gráfico del pan’).
c) El tercer grupo lo forman
visualizaciones de datos de uno o unos pocos sujetos (habitualmente yo mismo o
mi entorno). Este fue el modelo que, poco a poco, empecé a desarrollar en otros
formatos. Profundizando, ampliándolo, construyendo una ética en torno a él.
Buceando hasta el fondo, más que siguiendo en la superficie buscando otra isla.
Ni se me ocurría cómo, nadar entre varias corrientes, me había dejado exhausto.
El año 2016
publiqué mi última columna de opinión: ‘¿La fidelidad
importa?’, una visualización de los valores que en una relación
de pareja tienen para mí mismo y mi pareja y ex parejas, que dio pie a mi
actual trabajo ‘Floraciones
superpuestas’.
SEGUNDA PARTE
Tres de
diciembre del 2015. Es un día de frío limpio en Londres. Los espacios del
Somerset House donde se celebra la inauguración de la exposición ‘Big Bang
Data’ están llenos de gente. He acudido invitado ya que participo con la pieza ‘Vida Sexual de Una
Pareja Estable. Jaime y Francisca. 2010’. Me paseo entre los trabajos de Stefanie
Posavec & Giorgia Luppi, Nicolas Felton y Moritz Stefaner, con quienes
comparto sala. Me gusta la obra de estos artistas pero no encuentro el nexo de
unión que supuestamente compartimos.
En realidad,
estoy pendiente de la reacción de los lectoespectadores hacia mi trabajo. Es un
ejercicio que me resulta sumamente divertido y enriquecedor. Dos mujeres muy jóvenes se detienen frente a
la representación visual de la vida sexual que compartimos mi mujer y yo
durante el año 2010. Una de ellas comenta que le parece muy bonita la
composición abstracta de líneas horizontales de colores. La otra se fija en la
cartela que la acompaña. Mira y lee: gris: sexo sin penetración, rojo: sexo con
penetración, azul: sexo con terceros, amarillo: orgasmo de él, violeta: orgasmo de ella, magenta: orgasmo de
ambos, verde: sexo anal, turquesa: otras prácticas, negro: sin actividad sexual.
Acude a explicárselo a su amiga que estira el cuello hacia atrás abriendo los
ojos primero y la boca después (sexo es siempre un titular de éxito). Ambas
diseccionan a corta distancia las 3.285 líneas que forman la visualización:
pareciera que haya pasado de la abstracción al hiperrealismo que merece la pena
ver en detalle. (Encuentro cierta vinculación entre el
hiperrealismo y la visualización de datos: ninguno existiría sin una realidad
que retratar fielmente. Ambos representan con la máxima precisión
escenarios donde vivimos sirviéndose de toda la técnica necesaria. Pero,
mientras el primero retrata fidedignamente lo visible, quedándose eminentemente
en lo visual, el segundo representa fidedignamente lo invisible y lo lleva al
terreno de la reflexión analítica). Una de las mujeres señala con el índice una franja ancha de color
negro (sin actividad sexual) asegurándole una sola palabra a la otra mujer, sin
mirarla: “cistitis”. Tras unos instantes más de observación pasiva, se marcha
satisfecha, como si hubiese descubierto algo importante.
Inmediatamente
después se detiene frente a la pieza otra pareja. En este caso un hombre y una
mujer jóvenes también, pero no tanto. El proceso es más o menos el mismo: a) Visualización
de la abstracción, b) Lectura de la cartela/leyenda, c) Visualización de la
(ahora) representación. Frente a la franja negra de la “cistitis”, él, de nuevo,
asegura: “este tío viaja mucho”.
Me pregunta Jacques Levy (J.L.): Jaime ¿Cómo se te ocurrió la idea de que tu vida personal, la exploración de un
ser único (o dos, o tres), descrita con detalles muy íntimos, pudiera
interesar, ser útil a tus lectores, que tienen, probablemente, una vida muy
distinta a la tuya?
‘Ocurrencia’
se me hace sinónimo de ‘inspiración’. La ocurrencia, la inspiración, ‘el
accidente’ (en el modo en que lo explicaba Francis Bacon), forman parte de un
proceso creativo, pero solo son gestos si no contribuyen al desarrollo y
afianzamiento de una idea hasta consolidarla físicamente, ya sea mediante la
palabra, la imagen, la música o de cualquier otro modo. No hay ‘un momento en
que se me ocurrió la idea de que mi vida personal pueda interesar al público’
(por otra parte: ¿quién es ‘el público’?. ‘La gente’, ‘el lector’ o ‘el
público’ son conceptos, no existen como entidad y, por tanto y a partir de esta
convicción, a ‘el público’ no le puede ‘interesar’ -o cualquier otra
percepción- nada. Me interesa la persona, el otro, el sujeto que conformaría
los conceptos colectivos: la chica que tiene cistitis y el tío que viaja mucho).
Mi vida, mis
datos, no son interesantes para nadie. La idea es absurda. No interesan a nadie
porque no soy nadie. Pero es esto, precisamente, lo que permite que mis
propuestas puedan funcionar: al tratarse de datos de ‘nadie’, el lector o el
espectador puede depositar en ellas sus propios datos, puede hacer que sean
alguien. Si se tratase de los datos de un actor famoso, pongamos por caso, el
espectador vería los datos de ese actor concreto, imposibilitando el
intercambio.
En tanto
humanos, todos somos intercambiables: con mayor o menor facilidad yo podría
encajar en tu vida y tú en la mía. Mis datos podrían ser tú y los tuyos yo.
Presento un
formato sencillo, a menudo conocido, para visualizar datos y propongo un tema
inherente al ser humano. Lleno la propuesta con mis propios datos, como un
ejemplo que explica el funcionamiento, que ilustra la visualización posible. De
este modo el lectoespectador comprende de forma sencilla el funcionamiento y se
encuentra construyendo mentalmente su propia visualización con sus propios
datos. Estos datos sí son valiosos… para él. Cada lectoespectador puede
construir su propia visualización particular. Su verdad. La única posible.
Me he
encontrado con directores de espacios de exposición a los que les parecía
obscena mi propuesta ‘Vida Sexual de Una
Pareja Estable’, de hecho, ha sido censurada. Pero, ¿qué están viendo en la
representación abstracta de unas líneas de colores? ¿Su propia intimidad,
quizá?
Por otra parte,
la intimidad en mi obra es una ilusión. Podría decir que cada vez más mi trabajo
son des-visualizaciones. Una deconstrucción de la visualización que hace
imperceptible las conclusiones. Sin conclusiones los datos carecen de valor y
la intimidad aparece borrosa.
En cualquier
caso, mi propuesta es abierta para ser terminada por el lectoespectador
–quisiese o no, sería así - y aún y siendo la intimidad un debate que no me
interesa especialmente en mi trabajo, es un tema contemporáneo, interesante.
En un mundo
donde “vivir es colaborar”, comprendo y me sorprende simultáneamente, que las
primeras reflexiones que genere mi trabajo giren en torno a la intimidad. La
intimidad deja de ser tal cosa cuando es expuesta. Se convierte en pública: ya
no es un ‘yo’, es otra cosa. Puede ser un ‘nosotros’.
Nunca sabes
hacia donde va a reflexionar el lectoespectador. Algo que celebro, pues activa
a la vez mi propia reflexión.
J.L. ¿Qué significado confieres a las realidades únicas?
Veintidós de
julio del 2016. Lima es una de esas ciudades donde siempre pasas frío porque no
hace frío. Me encuentro haciendo una visita guiada en Fundación Telefónica donde
estará expuesto varios meses mi cuadríptico ‘Un diagrama familiar’ (título que
alude simultáneamente al familiar modelo de diagrama propuesto y al tema
tratado: la percepción de mis relaciones con el núcleo duro de mi familia: mi
mujer, mis dos hijos y mi madre). Antes de terminar la explicación, una mujer
mayor que se encuentra a mi lado reflexiona en voz alta: “entonces, si el rojo
es mi marido…”. Le ha quedado muy claro que ‘el rojo’, en mi trabajo, es mi
mujer.
Probablemente
sea por mis veinticinco años de profesión periodística que mi interés principal
sean los hechos (o, probablemente me haya dedicado al periodismo tantos años
por este motivo). Pero mi percepción de los hechos que son importantes, de lo
que es objetivo y subjetivo, de lo que es verdad/mentira, ha ido mudando a lo
largo de los años de forma radical.
Las actuales
visualizaciones que contienen millones de datos recogidos con modernas
tecnologías que prescinden de la
intermediación del individuo, haciendo de esto un valor, se supone que
somos todos. Por tanto son nadie. Recogemos, procesamos y representamos
cantidades ingentes de datos para obtener respuestas que no sirven para nada.
Aunque las preguntas fueran valiosas -que no suelen serlo- faltarían los
actores. En los hechos
(los datos son los hechos más precisos que existen) de lo que hace un individuo concreto (o dos, o
tres), frente a un tema concreto, en un momento dado concreto, otro individuo
concreto puede verse reflejado en un momento dado concreto, frente al mismo
tema concreto. Por analogía o por oposición. Un individuo puede ser todos los
individuos. Todos tenemos una vida sexual o una familia. O no, que para el caso
es lo mismo.
La
subjetividad se me hace la única objetividad posible. “Son tantas las verdades”
J.L. En tus producciones gráficas, el espacio, la
geografía de los lugares y de la movilidad tiene una importancia notable ¿Por
qué?
Bueno, hay
pocas certezas, una es que tenemos un cuerpo y una mente que vive en un espacio
físico. Sin la cartografía existiría, pero no lo visualizaríamos. Hay muchos
mundos que no podemos visualizar porque no han sido cartografiados. Esto no
significa que no existan.
En los últimos
años, de la mano de las nuevas tecnologías y plataformas de divulgación
individual y del fenómeno conocido como ‘Big Data’, estamos sacando a la luz
muchos de estos mundos que construimos con nuestra actividad vital. Pareciera
que nos hemos hecho conscientes de un hecho obvio: las personas construimos
geografías. No debería sorprendernos: hace mucho tiempo que vivimos en el mapa
político más que en el físico.
En cualquier
caso, cartografía son datos. Para mí es, esencialmente, otro modo de
representarlos. A veces algún tipo de cartografía es el modo más natural de
visualizarlos.
Los datos que
usemos dependerá de la realidad que queramos dibujar. Al igual que en otras
visualizaciones, la única que me interesa es la particular. La cartografía
singular frente a las cartografías de verdades colectivas como nación,
norte/sur, ellos/nosotros que, además de viejas, son alienantes y peligrosas.
El territorio es el tema: sexualidad, deseo,
frustración, amor, muerte… La cartografía es cómo vivimos el territorio. El territorio es común, la
cartografía única.
J.L. En tu rememoración experimental de tu vida porteña, optaste por tratar como realidades comparables informaciones verificables
y memorias subjetivas. ¿Como te representas esta posición epistemológica?
Del mismo modo
que visualizar la geografía del otro puede arrojar luz sobre la nuestra,
visualizar la cartografía de nuestro pasado puede iluminar el presente. En fin,
es un recurso viejo: tumbarse en el diván ya ni tan siquiera se lleva…
Cuando se habla
de emociones, de sentidos y sentimientos: ¿qué es una información verificable?
Registrar un martes a la noche que a las doce del mediodía he tenido una
experiencia significativa vitalmente no es menos subjetivo que la memoria.
De hecho, con
esta posición epistemológica se traza la pregunta: ¿qué es más realidad, lo que
vivimos o lo que recordamos que vivimos? Desde mi punto de vista la respuesta
es clara: lo que sucedió es lo que en el presente recordamos. No estoy diciendo
eso de ‘solo existe el ahora’ (¡por Dios!), porque no existiría presente sin
pasado.
J.L. Tu estatuto de artista-periodista te coloca
aparentemente bastante lejos de un investigador en ciencias sociales. Sin
embargo, tus trabajos aparecen muy similares a los que un académico podría (o
soñaría) hacer. ¿Cómo explicas esa proximidad?
No tengo la
más remota idea de lo que pretendería un académico, un investigador en ciencias
sociales. Mi experiencia académica es nula. Si existe tal proximidad mi
respuesta es sencilla y se encuentra, repetidas veces, en este texto.
Enero del 2018
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Texto incluido en el libro 'Carte d'identités'
Francia, junio del 2019
Puedes descargar el documento en este enlace
Francia, junio del 2019
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