'Retratos de todos y de Nadie'
Diario 'Ara'
Domingo 10 de septiembre
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Durante diez semanas, diez personas se han prestado a participar en el juego de valorar la importancia que en sus vidas tienen conceptos intangibles. El resultado son espejos donde todos podemos vernos reflejados. El promediar los valores por estas personas otorgados nos retrata a ‘Nadie’, una entidad inútil y opresiva.

Pau le otorga a su vida un cero a la fe, Meritxell un seis. Victoria un diez, lo considera un concepto fundamental, y Nadie nos dice que es de seis con ochenta y tres infinito periódico mixto.
Ciertamente, valorar numéricamente la importancia de la fe, la consciencia o la muerte, es un ejercicio de humor patafísico. Pero no necesariamente inútil. Pau, Meritxell, Victoria, y el resto de personas de este modo retratadas durante las últimas diez semanas en ARA, nos han ofrecido su sentir, único y sincero. Su verdad. La única posible. Su anormalidad, patafísicamente hablando.
Más allá de las valoraciones singulares, el retrato siempre es el mismo: el de un individuo que reflexiona, en un momento concreto de su vida, sobre conceptos que, o bien son inherentes al propio existir –la muerte, la sexualidad, la enfermedad - o están tan profundamente arraigados en nuestra cultura que pudieran parecerlo –el amor, la fe, las relaciones de pareja-. Todos podemos vernos en ellos reflejados, pues al igual que Cremes el romano nada de lo humano no es ajeno.
Nadie, en cambio, nos propone ‘La verdad’. Una verdad única, con el espanto que supone. Nadie es la regla que confirma la anormalidad: la norma. Ya en tiempos de Publio Terencio se aplicaba imposit´vamente el 1%, pero es en la contemporánea babia de los datos masivos cuando le hemos otorgado carácter de entidad. Nadie ya no es –solo- el absurdo porcentaje. Gracias a la moderna tecnología digital Nadie es los miles de millones de datos recogidos sobre todos nosotros, pero sin nosotros. Nadie somos todos. Nadie en singular.
En los miedo y deseos de toda persona podemos vernos reflejados, pero debemos evitar mirarnos en Nadie: un espejo cóncavo convexo que nos devolverá la deformidad de la norma. ‘La gente’ teme la libertad de no parecerse al vecino y así Nadie aplica su poder opresor.