'Palabras que se tocan'
Prólogo para el libro 'Epopeyas de bolsillo' de
Álex Prada
Edita
Maclein y Parker
Sevilla,
febrero del 2019
Palabras que se tocan
Hacía meses que metía la mano en los pequeños bolsillos de
mi hijo como quien desenvuelve un regalo. Tras poner la lavadora en marcha, me
quedaba mirando con fascinación los tesoros extraídos del minúsculo pantalón:
la cerilla usada, las tres piedras romas, la goma elástica, la media pinza
mordida... Todo tipo de objetos, pero no cualquier objeto. Incapaz de
desprenderme de ellos, me preguntaba cuál era el criterio de selección. Tras
seis meses de recolección había llenado cinco cajas de zapatos. Aparté el sofá
y sobre el suelo de la sala construí círculos concéntricos con los objetos
distribuidos bajo cuatro conceptos: juego, dulce, naturaleza, magia.
a) Presupongo
que Álex sabe que la palabra no es mi herramienta primera: resulta más sencillo esquivarla que
enfrentarse a ella.
b) Curioso
conectar, de la infografía a la poesía y viceversa.
Si bien todas las
expresiones artísticas están muy educadas, la palabra es educación. Y, sin embargo -o precisamente por ello-
solo el poeta puede abrir una brecha en la pared del presidio que es la palabra
heredada, vehicular. Es la expresión, por otros canales y con otros medios -lo
musical o lo visual-, más sencilla de alcanzar. Pero asistiremos presos a la
expresión auditiva o visual. Pensamos con palabras, no con imágenes o sonidos.
Otro modo de usar la
palabra supone otro modo de pensar. La destrucción, mediante la palabra, de la
palabra impuesta (o regalada, como
me dijo el amigo Carlos Grassa Toro).
Y si la
palabra es puesta al servicio de destruir la cárcel que con la cultura tan
eficazmente hemos construido, aprecio en el uso de la infografía, en pro de la
subjetividad, un ejercicio, aunque más modesto, similar. Es la infografía un
método nacido al servicio de la ciencia, es decir, de lo objetivable, recorrer
con ella el camino contrario bien podía ser, en sí mismo, un acto poético.
Cita Álex,
también, los bolsillos de Chesterton y su actitud bartleviana frente a lo que intuye una epopeya fuera de época: «Un
poemario enteramente dedicado a las cosas que llevo en los bolsillos».
¿Es Álex Prada
un temerario entusiasta que se anima a lo que Chesterton, príncipe de las paradojas,
no se veía capaz? No. No estamos frente a una epopeya de Álex. Estamos frente a
la epopeya de todos narrada por Álex.
En estas
páginas, bolsillos de papel repletos de palabras, nos recuerda Álex que las
auténticas epopeyas son de estar por casa, la epopeya de transitar la vida con
lo que encontramos y recogimos en el primer tramo del camino: una brizna de
melancolía, un hilo de temor enmadejado color ansia, un pedazo de desazón
mordida, un alambre oxidado por la rabia que nos pincha cada vez que metemos la
mano. A veces, pocas, capaces de desprendernos de algo, y otras, menos aún, nueva
recolección. Siempre, todo ahí, cotidianamente, al alcance de nuestras manos.
Aunque, para
este prólogo, lo importante no es la autobiografía sin hechos que a oscuras transportamos,
sino los bolsillos en sí mismos, y las manos. Porque mientras unos cargan
pesadamente, otros, los menos, -Álex, en
este caso- palpan, manosean, sacan a la luz
por un momento para observar, mientras traspasan del bolsillo derecho al
izquierdo, hasta construir palabras que puedan tocarse, las únicas verdaderas. Habla Álex Prada con palabras palpables, que convierten las yemas de nuestros
dedos en órgano olfativo por donde se introducen, hasta el hipotálamo, el
«hueso seco de aceituna» y «las repes». El tiempo «como papel de lija» y «el
recuerdo pegajoso». Lo sucesivo
como simultáneo. Quizá por ello la buena poesía deja de ser palabra en cuanto
ha sido leída –o mejor, escuchada-. Es toda presente: «Nothing
matters but the quality / of the affection—/ in the end—that has carved the trace in the mind; / dove sta memoria?».
- Papá, ¿qué
hay aquí adentro? -preguntaba en brazos, mientras mi minúscula mano se
introducía en el vacío sin fondo del bolsillo interior del abrigo de piel de
camello.
- El infierno -contestó
mi padre.
Solo muchos
años después descubrí que, efectivamente, ahí estaba el icono de Rimbaud
pasando una temporada.
2014