'La infografía no está de moda'
Jaime Serra
Jaime Serra
Llegué a la
infografía en los años ochenta, cuando estaba de moda. El periodismo
evolucionaba sin sobresaltos en un mundo informativo que se resumía en papel,
televisión y radio. La infografía era punta de lanza de la modernidad. Cielo
despejado en un horizonte que no presagiaba tempestades para un modelo de
negocio anclado en el tiempo.
Como moda que fue, la infografía hoy debería
resultarnos tan antigua como la Primera guerra del Golfo, las americanas con
hiperhombreras, el peinado de Patrick Swayze en ‘Ghost’ o las baladas de
Spandau Ballet. No fue así: la infografía se consolidó en las redacciones
construyendo un discurso donde la ética primaba sobre la estética y donde los
infografistas, venidos del diseño, la ilustración o las bellas artes, supimos contener
veleidades artísticas entendiendo que estábamos al servicio de otra profesión.
Nos hicimos periodistas.
Con la llegada de soportes digitales la infografía no solo siguió de moda, aprovechando nuevas tecnologías se dotó de animación e interacción con el lector ampliando su poder comunicativo. Lejos de poner trabas al cambio los infografístas adoptaron lo digital como un paso lógico, casi natural, aunque, a mi entender, no lo era tanto. Supimos reaccionar con velocidad abriendo nuevas posibilidades. Deberíamos felicitarnos por este éxito de visión y adaptación.
Tras posicionarse en todos los soportes de los medios, ahora que estos andan en una deriva digital o se convierten, más o menos lentamente, en papel mojado, la infografía no solo resiste en las redacciones mejor que otras áreas, también amplia su radio de acción fuera de ellas.
Con la llegada de soportes digitales la infografía no solo siguió de moda, aprovechando nuevas tecnologías se dotó de animación e interacción con el lector ampliando su poder comunicativo. Lejos de poner trabas al cambio los infografístas adoptaron lo digital como un paso lógico, casi natural, aunque, a mi entender, no lo era tanto. Supimos reaccionar con velocidad abriendo nuevas posibilidades. Deberíamos felicitarnos por este éxito de visión y adaptación.
Tras posicionarse en todos los soportes de los medios, ahora que estos andan en una deriva digital o se convierten, más o menos lentamente, en papel mojado, la infografía no solo resiste en las redacciones mejor que otras áreas, también amplia su radio de acción fuera de ellas.
Los profesionales de la palabra y la fotografía
ven arrebatado su monopolio por millones de ciudadanos inquietos que toman la
iniciativa: saben escribir, tienen en sus bolsillos al menos un dispositivo que
captura imágenes y lo más importante, manejan el canal de difusión con un dedo.
Probablemente estemos en el mejor momento para la palabra y la fotografía, lo
cual no implica que sea el mejor momento para redactores y fotógrafos. La
infografía, sin embargo, ve aumentar su demanda sin que sea otro que el
profesional, el infografista, capaz de realizarla. Es el mejor momento para la
infografía y para el infografista. Hoy el campo de acción de la infografía es
más grande que nunca y sigue creciendo. Pero, probablemente las mejores
infografías ya no se hacen en el entorno editorial.
No es solo que los metadatos han urgido a la infografía para que podamos visualizarlos y solo así existir. Tampoco basta como explicación la urgencia de lo digital. La infografía es la victoria de la lógica aplicada a la comunicación, el resultado de sumar las capacidades descriptivas de palabra e imagen, principales lenguajes humanos -sonoro aparte -, para fundirse de modo indisoluble mediante el rol más arquitectónico del diseño. Cuanto más difícil se hace la realidad –y se ha hecho y se hace- más necesarias son las herramientas capaces de una narración sencilla y amable a la vez que rigurosa y confiable.
No morir de éxito: este puede que sea nuestro principal reto. Hace mucho que en los medios de comunicación se superó el debate ética/estética, periodismo/arte. El concepto esta afianzado. No existe discusión abierta sobre que es y que se espera de una buena infografía. Ahora la calidad de las infografías en los medios es, esencialmente, una cuestión económica, de inversión, de apuesta. No es así en otros ámbitos. Un ‘déjà vu’ del papel diario de los 80’s campa ahora en nuevos territorios donde la infografía aparece: sobredimensión, falta de información y rigor, desajuste del tono gráfico con la temática tratada, obviedad, interacción o animación innecesaria, etc. Debemos asumir la responsabilidad de afianzar en todos los espacios donde se desarrolle nuestra profesión los criterios que nos han otorgado la confianza del lector en los medios. Hay que ser crítico y exigente para con los profesionales que se sumen viniendo de formaciones y experiencias diversas a soportes y espacios nuevos. Lo mismo que hicimos antes en el papel, ahora en un mundo más complejo. Por tanto, resulta vital la formación. Son necesarios más estudios de grado, masters, doctorados, cursos y seminarios. Es razonable que los mejores profesionales no tengan el tiempo o el interés en formar a los más jóvenes. Pero es este un espacio fundamental para el futuro. De la mano del crecimiento de nuevos espacios donde la infografía es útil nacen nuevas profesiones: mineros de datos, documentalistas visuales, programadores. Los necesitamos y debemos darles el espacio profesional que en los orígenes de nuestra profesión algún obtuso pretendió negarnos.
Hay que mantenerse alerta en el rigor. Detecto una singularidad peligrosa: el ciudadano se ha vuelto saludablemente desconfiado con los medios específicamente y con la información en general: dudamos del titular de portada del medio de referencia, del enfoque del presentador del telenoticias y, desde que se popularizó el Photoshop, de las fotografías, antaño representación incuestionable de ‘la verdad’. En este contexto se me hace, cuando menos sorprendente, que el lector-espectador no cuestione las visualizaciones de datos si estos se cuentan por millones –cuantos más menos cuestionable parece- y están vestidos con estética paracientífica. Parece que han puesto en nuestras manos la inexistente ‘verdad’.
Me hice periodista de la mano de la infografía. Pero tardé en darme cuenta que me podía hacer otras muchas cosas: infografía es ‘solo’ una herramienta. Siendo importante, no puede determinar que algo sea arte o ciencia, verdad o hechos.
Tengo, a mi edad profesional, la convicción de que un tsunami pasó sobre mi. Nuevos software y soportes han aparecido mientras salgo del papel. Pero tan o más difícil resulta hacer una infografía con una decena de datos que con millones. La mano artesanal de nuevos talentos demuestran que la plástica convive bien con la abstracción del megadato o el hiperrealismo del 3D. Infografías anónimas hechas gif recorren las redes sociales con mayor difusión e impacto que elaboradas infografías interactivas de equipos multidisciplinares.
Son, pues, las posibilidades de ampliar el concepto de infografía lo que también me ha permitido un desarrollo profesional sin necesidad de abandonar la herramienta encontrada al inicio. Trazar un camino, evitando en lo posible la mortal repetición.
Me abro a pensar la infografía diferenciada en géneros. Igual que el diseño anuncia al lector que la narración es diferente, la infografía debería cambiar de forma y, sobre todo de fondo, según se trate de reportaje, crónica, análisis, ¿opinión?, ¿entrevista? –de hecho así lo hacemos sin conceptualizarlo. Una tarea pendiente, que quisiera pensar que los intelectuales de nuestro oficio abordaran en un futuro inmediato.
Domino una técnica pero ahora quiero decir algo mío. Elijo la opinión, único género periodístico que permite a su autor la creación del contenido. Luego, conscientemente, recorro el estrecho sendero, poco transitado, hacia las prácticas artísticas utilizando lenguajes infográficos o parainfográficos. Poquísimas pero importantes indicaciones en el camino: Rudolf Steiner, Marcel Duchamp, Josep Beuys y, más reciente y directamente vinculado al periodismo de investigación, Mark Lombardi.
Un nuevo territorio por explorar se abre ante mi –ante todos-. Más complejo, más apasionante, más salvaje.
Nuestra cuestión no es si la infografía tiene en su futuro la utilidad de explicar los cada vez más complejos mundos en todas sus numerosas capas; la cuestión es si estos podrían explicarse ya sin la infografía.
La caducidad es intrínseca a las modas y la infografía sigue de moda.
No es solo que los metadatos han urgido a la infografía para que podamos visualizarlos y solo así existir. Tampoco basta como explicación la urgencia de lo digital. La infografía es la victoria de la lógica aplicada a la comunicación, el resultado de sumar las capacidades descriptivas de palabra e imagen, principales lenguajes humanos -sonoro aparte -, para fundirse de modo indisoluble mediante el rol más arquitectónico del diseño. Cuanto más difícil se hace la realidad –y se ha hecho y se hace- más necesarias son las herramientas capaces de una narración sencilla y amable a la vez que rigurosa y confiable.
No morir de éxito: este puede que sea nuestro principal reto. Hace mucho que en los medios de comunicación se superó el debate ética/estética, periodismo/arte. El concepto esta afianzado. No existe discusión abierta sobre que es y que se espera de una buena infografía. Ahora la calidad de las infografías en los medios es, esencialmente, una cuestión económica, de inversión, de apuesta. No es así en otros ámbitos. Un ‘déjà vu’ del papel diario de los 80’s campa ahora en nuevos territorios donde la infografía aparece: sobredimensión, falta de información y rigor, desajuste del tono gráfico con la temática tratada, obviedad, interacción o animación innecesaria, etc. Debemos asumir la responsabilidad de afianzar en todos los espacios donde se desarrolle nuestra profesión los criterios que nos han otorgado la confianza del lector en los medios. Hay que ser crítico y exigente para con los profesionales que se sumen viniendo de formaciones y experiencias diversas a soportes y espacios nuevos. Lo mismo que hicimos antes en el papel, ahora en un mundo más complejo. Por tanto, resulta vital la formación. Son necesarios más estudios de grado, masters, doctorados, cursos y seminarios. Es razonable que los mejores profesionales no tengan el tiempo o el interés en formar a los más jóvenes. Pero es este un espacio fundamental para el futuro. De la mano del crecimiento de nuevos espacios donde la infografía es útil nacen nuevas profesiones: mineros de datos, documentalistas visuales, programadores. Los necesitamos y debemos darles el espacio profesional que en los orígenes de nuestra profesión algún obtuso pretendió negarnos.
Hay que mantenerse alerta en el rigor. Detecto una singularidad peligrosa: el ciudadano se ha vuelto saludablemente desconfiado con los medios específicamente y con la información en general: dudamos del titular de portada del medio de referencia, del enfoque del presentador del telenoticias y, desde que se popularizó el Photoshop, de las fotografías, antaño representación incuestionable de ‘la verdad’. En este contexto se me hace, cuando menos sorprendente, que el lector-espectador no cuestione las visualizaciones de datos si estos se cuentan por millones –cuantos más menos cuestionable parece- y están vestidos con estética paracientífica. Parece que han puesto en nuestras manos la inexistente ‘verdad’.
Me hice periodista de la mano de la infografía. Pero tardé en darme cuenta que me podía hacer otras muchas cosas: infografía es ‘solo’ una herramienta. Siendo importante, no puede determinar que algo sea arte o ciencia, verdad o hechos.
Tengo, a mi edad profesional, la convicción de que un tsunami pasó sobre mi. Nuevos software y soportes han aparecido mientras salgo del papel. Pero tan o más difícil resulta hacer una infografía con una decena de datos que con millones. La mano artesanal de nuevos talentos demuestran que la plástica convive bien con la abstracción del megadato o el hiperrealismo del 3D. Infografías anónimas hechas gif recorren las redes sociales con mayor difusión e impacto que elaboradas infografías interactivas de equipos multidisciplinares.
Son, pues, las posibilidades de ampliar el concepto de infografía lo que también me ha permitido un desarrollo profesional sin necesidad de abandonar la herramienta encontrada al inicio. Trazar un camino, evitando en lo posible la mortal repetición.
Me abro a pensar la infografía diferenciada en géneros. Igual que el diseño anuncia al lector que la narración es diferente, la infografía debería cambiar de forma y, sobre todo de fondo, según se trate de reportaje, crónica, análisis, ¿opinión?, ¿entrevista? –de hecho así lo hacemos sin conceptualizarlo. Una tarea pendiente, que quisiera pensar que los intelectuales de nuestro oficio abordaran en un futuro inmediato.
Domino una técnica pero ahora quiero decir algo mío. Elijo la opinión, único género periodístico que permite a su autor la creación del contenido. Luego, conscientemente, recorro el estrecho sendero, poco transitado, hacia las prácticas artísticas utilizando lenguajes infográficos o parainfográficos. Poquísimas pero importantes indicaciones en el camino: Rudolf Steiner, Marcel Duchamp, Josep Beuys y, más reciente y directamente vinculado al periodismo de investigación, Mark Lombardi.
Un nuevo territorio por explorar se abre ante mi –ante todos-. Más complejo, más apasionante, más salvaje.
Nuestra cuestión no es si la infografía tiene en su futuro la utilidad de explicar los cada vez más complejos mundos en todas sus numerosas capas; la cuestión es si estos podrían explicarse ya sin la infografía.
La caducidad es intrínseca a las modas y la infografía sigue de moda.
Texto incluido en el libro 'Past, present,
future'. 25 years of information graphics
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