La duda
Anika tenía dos amantes. Con ambos quería comprometerse y por tanto con ninguno podía. Lo tenía todo previsto para cuando se decidiera: se mudarían a una casa en las afueras y tendrían dos hijos: un niño y una niña. Pero, mujer de este tiempo, toda decisión debía tomarla la razón. El instinto no era argumento, solo un incomodo y gutural ruido. Y la razón no le servia para decidir entre Pablo o Eric. Un día leyó sobre la ‘opción margarita’ en un libro del S.XIX.

1. Debía establecer un periodo para decidir. Treinta y dos días le pareció suficiente para establecer una lógica.

2. Con su ordenador dibujó dos margaritas -una para cada pretendiente- de 32 hojas -una para cada día-. El día que no se viera con Eric arrancaría una hoja de su flor, lo mismo haría con la de Pablo. Al final se decidiría por el que mantuviera más hojas, pues sería con quien más le gustaba estar. Una decisión razonada.

Hojas que le quedaron a Eric


Hojas que le quedaron a Pablo


Con lo que Anika no contaba era con una mayoría de hojas que no correspondieran a ninguno de los dos.

Hojas de los días en que Anika que estuvo sola



Desconcertada dedujo que, en lógica, como mejor estaba era sola. Dejo a los dos amantes y con el dinero ahorrado para su proyectado futuro, compro un piano. A los dos meses se casó con Juan, su profesor de música. En la tarjeta de boda incluyo una enigmática frase:

“Solo me equivoco cuando
pienso que estoy equivocada”

La Vanguardia. 22 de agosto de 2010