Marcel Duchamp en su estudio parisino


Una paradoja hecha puerta

Jaime Serra

“Una vida no se escribe, se vive”. Esta sentencia, de Antonio Tabucchi, en relación con mis dos mayores pasiones: la vida y el arte, supone, también, uno de mis mayores conflictos. Es muy difícil, casi imposible, mantenerse en ambos mundos simultáneamente y un arte en si mismo pasar de uno a otro sin conflicto. Quizá la solución más perfecta la encontró Marcel Duchamp, de una apariencia tan simple como todo lo que hacía: convirtió su vida en su mayor obra de arte. Con esta solución, no solo negó el enunciado de Tabucchi, sino que fue el primero en plantear la indivisibilidad entre arte y vida.
En su biografía hay varios ejemplos concretos que nos pueden acercar a esta forma de entender vida-arte como dos partes de un todo. Uno de mis preferidos es la puerta única que permitía abrir o cerrar dos espacios distintos. No la concibió como una obra de arte, sino como una solución cotidiana: en su estudio se encontraban  dos puertas tan cercanas la una a la otra que se molestaban entre sí: Duchamp eliminó una de las dos y, con los ajustes pertinentes, una sola puerta pasó a ser suficiente.

“¿Puede el hombre hacer algo que no sea arte?” (Duchamp).
La puerta en el estudio de Marcel Duchamp, en el 11 de la Rue Larrey de París




La Vanguardia, abril del 2010


Clarín, mayo del 2010